miércoles, 23 de julio de 2014

+ || Ardió el árbol del Edén, rodeado de numerosas serpientes con alas.


 
Dos golpes secos en la puerta de madera de ébano del Trenzalore. Dos golpes secos que decían mucho más de lo que creían.
En ese instante, Sebastian ya sabía la identidad de la mujer que aguardaba tras la férrea puerta. Ya sabía reconocer, desde hacía mucho tiempo, el sonido de los numerosos y enormes anillos que decoraban los dedos de aquella mujer. Se sintió, por un segundo, débil, pero de inmediato reaccionó con rapidez, dejando el pequeño cuerpecito de su hija en la silla de comer.


-          Edén… Al fin vas a conocerla, hija mía.

Se dirigió con una rapidez no prevista hacia la puerta y abrió, encontrándose de golpe con ese rostro tan bien conocido. Una tez morena, unos ojos amarillentos, un paño cubriendo gran parte de su expresión facial y… No le dio tiempo a analizar el gesto de aquella mujer, ella, con una fuerza impredecible, había empujado a Sebastian hacia el interior y había cerrado la puerta. Se quitó el velo con rapidez, y el demonio pudo observar como por un segundo se paró a mirar a Edén.

-          Sebastian, tenemos que…
-          Odalys, gitana, ¿Qué va mal…?
-          No es momento para charla, Sebastian. Debemos marcharnos ahora mismo. Van a encontrarte. Te matarán, a ti y a tu hija. Os matarán a los dos.
-          ¿De qué demonios estás hablando…?
-          Es ella. La han encontrado. La han encontrado y se ha chivado. Te advertí que te alejases de ella, Sebastian, te dije que esa mujer sería el fruto de todas tus desgracias… Que tu condición no era lo que te prohibiría ser normal, querer lo que de verdad deseabas tener… Sino ella.
-          ¿La mujer?
-          Helienna.

Sebastian tuvo que pestañear muy lento, a la par que alzaba la cabeza. Su gesto se había contraído, su nuez se marcaba más de lo normal, sus mandíbulas se habían apretado y parecía que de un momento a otro, el demonio chirriaría los dientes. No necesitó escuchar nada más. Confiaba lo suficiente en esa mujer como para creerla.
Se retiró un par de pasos y dio la espalda a aquella mujer que, de nuevo, iba a salvar su miserable vida… Se puso frente a su hija, apoyando una rodilla en el suelo, cogiendo las manos de ésta, dejando que la pequeña jugase con sus dedos, inquieta. A pesar de todo, los ojos de la niña estaban fijos en los del demonio, que luchaba por no mostrar debilidad ante ella.

-          Nos vamos.

No pensó en Sombra, en lo que ocurriría después. Sebastian no podía abandonar todo aquello que le había dado la verdadera felicidad. Sebastian sería incapaz de abandonar a su hija, como un día su padre hizo con él.

-          Te vas.

Recitó la mujer. El demonio se giró de inmediato, con el ceño fruncido.

-          No pienses que voy a dejar que se quede aquí sola, Odalys. No creo que seas tan estúpida como para creer algo así. Después de todo…
-          Después de todo te cazarán. Solo te estoy dando tiempo para que idees algún plan. Si te la llevas a ella, nunca podrás volver a verla. A ella la matarán, es lo que tienen en mente. Matar a tu descendencia. ¡Eres el demonio promiscuo, Sebastian, vas dejando hijos sin ton ni son!
-          No sé de qué me estás hablando… - El tono de voz de Sebastian mudó de pronto; se volvió arisco, arrastrado, seco. Parecía que de un momento a otro se lanzaría sobre el cuello de la mujer y le arrancaría la aorta de un simple bocado.
-          Por eso te persiguen, Sebastian, porque has creado al anticristo. Has creado a dos híbridos. Edén es hija de un demonio y de… A saber de qué demonios es, pero los demonios no pueden tener descendencia de este modo, y lo sabes. Y la otra…
-          ¿Qué otra, Odalys? Dime de qué demonios me estás hablando…
-          Sebastian. Helienna se quedó embarazada cuando decidió escapar de ti. Por eso se marchó, porque si los ángeles lograban encontrarla… Le quitarían a su hijo. Logró dar a luz al bebé, y después dejó que la capturasen. Dejó claro en el cielo que no había tenido hijo alguno, y mucho menos contigo… Y la creyeron. Hasta hace poco, que la mujer que cuidó al bebé se vio obligada a hablar. Los ángeles asesinaron a su marido a sangre fría, y seguidamente irían por sus hijos…

Demasiadas emociones juntas. La sangre palpitaba con tanta fuerza, el corazón abría los ventrículos con más rapidez, sus sienes parecían a punto de explotar… ¿Otro hijo? ¿Sebastian tenía otro hijo…? Un hijo al cual no conocía, un hijo del cual acababa de conocer su existencia… Notó como las piernas le fallaban, pero pudo reaccionar al ver que la gitana recitaba una especie de oración frente a la niña y mojaba su frente con su saliva.

-          ¿Qué le has hecho? – La voz de Sebastian era imperturbable, fría, distante. Y su rostro ya no era serenidad, sino, un mar en tormenta
-          Protegerla. Le he puesto un sello para que no puedan encontrarla. No podrán localizarla… Pero a ti sí. ¡Si quieres matar a tu hija, no muevas el culo de aquí, maldito demonio!

Ante los gritos al fin reaccionó. Besó a su hija en la frente y la cogió en brazos.

-          Pronto volveremos a vernos, hija mía.

Desaparecieron, para dejar a la niña en el hogar de su madre. Cuando la viese allí, simplemente pensaría que había optado por dejarla pasar un tiempo con ella, pero que volvería… Aunque no fuese así.

[…]

Jamás se había encontrado tan agotado en tan poco tiempo. Tan solo habían pasado dos noches, y había optado por esconderse en las calles de Glasgow. Estaba repleto de heridas, de arañazos, de cristales, de sensaciones que le habían producido los ángeles cuando habían luchado contra él… Pero ya era el momento para darse por vencido, estaba lo suficientemente alejado de Edén, y por lo tanto, no la encontrarían, y más aún contando con el hechizo que había puesto La Gitana sobre la niña.
Se paró en lo alto de uno de los grandes edificios de la ciudad, en la zona del casco más antiguo. Se quedó quieto, observando la ciudad. El traje, la corbata, la camisa blanca repleta de chorretones de sangre propia y de otros… El gesto serio, la cabeza alta, la “no sonrisa”, todo aquello que le describía.

         -    ¿Ya has decidido pararte, precioso?

Una voz suave, infantil, habló a sus espaldas. Una niña de cabellos oscuros, de unos 12 años de edad, le miraba con una sonrisa ladeada. Era un ángel, de aquello estaba más que seguro… Y a pesar de su frágil aspecto debido a su recipiente, estaba seguro que no habrían mandado a un simple soldado contra él.

-          Me habían dicho que eras más educado, aunque seas un monstruo… Aunque no que eras tan atractivo. No me extraña que vayas dejando “tu semillita del mal” por donde pasas…
-          Hágalo y termine con el sufrimiento que supone el escuchar sus necias palabras.

La sonrisa ladeada del ángel se esfumó de golpe, a la par que se aproximaba a él, muy despacio, como un felino rodeando a su presa.

-          ¿Hacer, qué, exactamente? ¿Crees que voy a matarte…?
-          ¿Para qué sino, está aquí?
-          Estúpido. Para que me digas donde demonios está el engendro que habéis creado la zorra de pelo corto y tú.
-          Desconocía hasta el momento que tuviese un hijo.
-          ¿Acaso te piensas que soy idiota?

Los ojos de la niña se volvieron blancos, completamente blancos, como la luz. Aquello le hizo entrecerrar los ojos a Sebastian. Antes de que pudiese darse cuenta, algo había atravesado el corazón del demonio, y se encontraba de rodillas en el suelo de aquel viejo edificio.

-          ¿Vas a hacer que te torture?
-          Haga... lo que tenga que hacer…

Un fortísimo dolor atravesando su garganta le hizo apretar los puños y abrírselos contra el suelo de la fachada. Era imposible moverse, y mucho menos contando con que hacía tiempo que no se había alimentado… como de costumbre.

-          ¿No vas a hablar? Perfecto… A ver si hablas ahí arriba.
                                                                                                                                           
Una especie de garras se clavaron en sus omóplatos cuando alzó el vuelo hacia aquel lugar con el que un día había soñado; el cielo.

[…]

La blancura del lugar hacía que sus sentidos se cegasen más aún. Había terminado con la vida de cinco ángeles por el momento, y su energía vital, sus almas, habían sido su alimento. Cuando el demonio se alimentaba era imposible retenerlo, siquiera en las puertas del mismísimo cielo.
Ardió el árbol del Edén, rodeado de numerosas serpientes con alas. Ardió, y pudo de nuevo descender, como aquel día en el que el pánico se sembró en la fría tierra Noruega.

jueves, 17 de abril de 2014

+ || Young Volcanoes.

La carta de felicitación que llegó el día del 4 cumpleaños de Edén le sorprendió más de lo habitual. No tuvo mucho más que hacer que cogerla, y sentir ese olor tan familiar entre sus dedos, acariciar después sus fosas nasales. Cuando llamaron creyó que era su regalo, el regalo que había preparado para su hija... Pero aquella carta fue un regalo mucho mejor para ambos. No estaba a su nombre, estaba a nombre de la niña, y por eso, hasta que no la cogió sobre su regazo y la sentó en su rodilla derecha, no comenzó a leerla, frente a un fuego recién apagado.

"Querida Edén... ¿Cómo podría ser de otra manera? El bueno de Sebastian y sus nombres bíblicos. Es una buena tortura para una niña pequeña, esperemos que seas como él en un futuro y te agrade tu nombre, sino lo pasarás bastante mal en el colegio, cuando vayas. Pero aún falta mucho para eso, pequeña. Tu padre está haciendo un buen trabajo contigo; no le había visto tan entregado a algo desde que conoció a... esa persona que no creo que quieras conocer nunca, la persona que de verdad cambió la vida de tu padre hasta que te tuvo. Helienna. Mereces conocer su nombre para un día temerlo si vuelve a aparecer. Pero ésta no es una carta de advertencia, pequeña Edén, es una carte de felicitación. Cumples cuatro años, el tiempo pasa volando... Pronto tu padre dejará de preocuparse de cambiarte los pañales y se dignará a invitar chicos, futuros yernos al taller... (que por cierto, ¿no crees que es hora de comprarte una casa, Sebastian?) y ahí se volverá rematadamente loco de verdad.
Feliz cumpleaños, Edén, espero que pronto podamos conocernos. Tienes suerte de tener un padre como el que tienes... De poder haber elegido, le hubiese escogido a él entre todo el mundo, entre cualquier ángel.

PD: Espabila, hombre, y saca a tu hija a conocer mundo. ¿No fardabas de hacerlo tú siempre? Pues dignate a mover el culo de ese sucio taller con olor a madera podrida, y despejaos de una vez. Cuídate, Sebastian. Nos veremos pronto

Te quiere, Tu Gitana. Odalys."

Negó despacio. No se había percatado de la sonrisa que se había dibujado en su rostro hasta entonces... Junto al sobre había algo más adjuntado; un ticket con destino al Sahara. Una preciosa estancia durante dos semanas en un palacio casi de cristal. Disfrutarían ambos, su hija y él, de ese vigoroso trayecto. Y así hicieron. Por suerte el regalo que tenía pendiente para su hija se atrasó hasta su vuelta...

viernes, 21 de marzo de 2014

+ || Compañía de los dos fue la del edén y no salió nada bien.



Abrió la puerta del Trenzalore con manos tan rígidas que no tardaron en romper ese equilibrio una vez la madera de ébano tocó su espalda. Las miró; las cicatrices estaban cubiertas de sangre, sangre reseca que indicaba que había vuelto a hacerlo, había vuelto a matar de forma humana, de forma estratégica… Siempre recurría al último segundo, tratando de evitar aquel momento, pero finalizando de la misma manera que las dos anteriores veces. Ya había terminado con la vida de tres mujeres y aquella tercera volvía a parecer la primera. Llevaba sin alimentarse cosa de un mes, y por suerte, su instinto aún tenía paciencia y no exigía un buen bocado… Temía que aquel día llegase.

Se miró la camisa blanca, repleta de pequeñas gotas de sangre que habían salido de la boca de aquel ángel humano cuando ya tan solo le quedaban segundos para perder la vida. Había tosido justo antes de desfallecer para siempre.
Comenzó a desabotonarse ésta mientras se dirigía al lavabo, y una vez estuvo allí la dejó caer al suelo. Apartó la cortina oscura que cubría el cristal, y se miró. Sus manos agarraron sus mejillas repletas de una espesa barba castaña. También tenía sangre en el rostro. Abrió el grifo y se frotó las manos; de haberse mirado en el espejo habría apreciado unas mandíbulas exageradamente apretadas, al igual que sus dientes escondidos del exterior, y sin duda, unos ojos color gris oscuro muy brillantes.
Llenó sus manos en forma de cuenco con agua y se lavó la cara un par de veces, buscando además de limpiarse del crimen cometido, despertar de una vez por todas de aquella maquiavélica ensoñación.

Cogió la toalla blanca ignorando esa suavidad común en sus movimientos, arrancándola prácticamente, y se secó el rostro con brusquedad. Se quedó mirándose largos segundos frente al espejo, con las manos apoyadas en el lavabo, dejando caer su peso hacia delante. No pudo aguantar la mirada a su reflejo tres segundos… Tuvo que bajar la mirada, cerrar los ojos, y descansar.

<< Papa Legba estará riéndose en su trono de calaveras. >>

Llamaron a la puerta. Dos golpes sordos que hicieron que Sebastian frunciese el ceño. Era tarde, ¿Quién podría requerir sus servicios a tales horas de la madrugada? Volvió a correr la cortina para no dejar escapar su reflejo y cogió una camisa nueva que se fue poniendo hasta llegar a la puerta, con rapidez. No llegó a abrocharla del todo cuando abrió. No había nadie, a excepción de un viento frío que logró hacer que sintiese un hosco escalofrío en la columna vertebral. Decidido, comenzó a cerrar la puerta con el fin de proteger al mundo de sí mismo, pero antes de hacerlo, un ruido proveniente del suelo le hizo entrecerrar los ojos: una risa. A sus pies había un cesto de paja repleto de mantas que se movían suavemente. Tuvo que agacharse, remangándose la pernera de los pantalones, y con una mano retirar un poco una de esas mantas para poder ver el rosado rostro de un bebé que miraba sin ver aún, hacia todos los lados. Algo en su interior se removió al percatarse de que aquella niña era su hija, la hija que había tenido con Sombra, la hija que había nacido en mitad de un lago, con su ayuda, la hija que prácticamente abandonó con el fin de que tuviese una vida mejor… Siquiera Sombra sabía que era de Sebastian, él había tratado de protegerla con el contexto de ser estéril… No conocía al otro hombre, pero sabía que podría cuidarla mejor que él, mejor que un asesino como él.
Cogió el canasto y entró al interior con el fin de dejar cerca del fuego a la niña; la había tocado con el filo de sus dedos el moflete derecho, muy suavemente, y se había percatado de que estaba congelada… No quiso cogerla, no quería encapricharse, solo quería saber qué hacía allí, si Sombra había decidido dejarla con él durante un tiempo por que se había marchado, como de vez en cuando hacía. Pero no pudo evitarlo, sus manos prácticamente danzaron solas, con gesto paternal, hasta la criatura, y la cogió en brazos. La niña se aferró a Sebastian, cogió su dedo índice con fuerza y durante unos segundos se olvidó de todo lo que había vivido ésta noche. Entonces, algo cayó al suelo; era una nota.
Se agachó para recogerla, con cuidado, y se sentó en el sillón con el fin de apoyar la mejilla de la niña en su hombro derecho y poder leerla:

“Podrá ver a su madre en una nueva vida…”

Sombra había muerto. Sin darse cuenta se encontraba aferrando a la criatura con más fuerza, y ella no parecía querer moverse de tal postura. La meció suavemente entre sus grandes manos, colocó su pequeña y frágil cabeza, y la alzó para que le mirase y poder dirigirse a ella:

“Yo cuidaré de ti, Edén. “

[…]

Cuatro años después. Se negó a abandonar el taller, aquello que podría alimentar a su hija y darle una vida medianamente buena. Edén se había convertido en el mundo de Sebastian, y Sebastian en el mundo de Edén… Y la señorita Jones, la joven niñera que ayudaba a Sebastian con la niña cuando él tenía que trabajar. Aún así no se despegaba de su hija un solo día…
Sus 34 años no se hacían pesados en absoluto, es más, desde la llegada de Edén todo parecía haber mejorado para Sebastian, aunque se había alejado de todo el mundo, se había encerrado en su hija únicamente, a quien necesitaba cuidar y proteger sobre todas las cosas.
La campanilla del taller indicó que alguien había entrado en el establecimiento. Una mujer alta, de piel morena, cabello largo y negro, comenzó a danzarse contoneando sus bonitas curvas por el Trenzalore. Sus ojos se toparon con los de Sebastian, que dejó a Edén en la trona de comer para darle la bienvenida.

-          ¿Sebastian… Mcweibber? Al fin nos conocemos.
-          ¿Y usted es...?
-          Necesito su ayuda, me temo. Soy una mujer, ¿No lo ve? – Una sonrisa divertida, aviesa, se situó en los labios de la morena.
-          Puedo apreciarlo, creo. – Contestó el demonio sereno, sin buscar atacar a aquella mujer que parecía tener una personalidad bastante aviesa y abierta. - ¿Qué desea de mí, pues?
-          Oh… Escuché que haces unas figuritas… maravillosas. Espero que sea cierto y que no me dejes a medias tintas.
-          Trataré de no decepcionarla, mujer.
-          Me gustaría que me tallase un gorro. Un gorro de bruja, ¿Sabes cómo es o necesitas un dibu…?
-          Lo tengo, descuide.

No tardó en sentarse en el taburete y coger los materiales necesarios. Poco después ya estaba dándole forma a ese trozo de madera de ébano, la mejor madera que le llegaba gracias al señor Eccleston.
La mujer no podía mantenerse quieta, se aproximó a Edén y amplió una sonrisa con sus gruesos labios.

-          Pero que cosita… ¿Cómo se llama? – La niña pareció fruncir el ceño. –
-          Edén. Su nombre es Edén, como el jardín que Dios creó para que los humanos naciesen de él… Como el paraíso.
-          ¿Y cuántos años tienes… Edén? – Dijo la mujer, dando un suave golpecito en la nariz de la criatura con su dedo anular. Tenía las uñas muy largas, pintadas de rojo.
-          Cuatro. Cuatro va a cumplir en dos días. – Sebastian estaba concentrado en su trabajo, con cuidado de no cortarse, pero a la vez, tenía un ojo encima de su hija.
-          ¿Y su madre? ¿Dónde está?
-          Por desgracia, falleció en el parto… -Esa había sido su texto habitual desde que le habían preguntado por la madre de su hija. –
-          Eso es lo que tú piensas, Sebastian.

El demonio alzó la mirada a la par que con cuidado bajaba el cuchillo y la figurita ya prácticamente terminada. Se incorporó un poco y se puso en pie; tenía la cabeza bien alta, estaba confuso, pero sobre todo, molesto… Podía dañarla. La mujer cogió a la niña en brazos, aunque ésta comenzó a llorar indicando que no deseaba aquello. Los ojos de Sebastian oscurecieron durante un segundo.

-          ¿Quién es usted? – Su voz ya no era amable, era hosca, fría, distante, y no podía quitar los ojos de ambas. La mujer besuqueó los mofletes de la niña.
-          ¿Falleció en el parto, Sebastian…? Qué pobre historia pretendías contarle a tu pobre hija… Pero no te preocupes, que ya todo está solucionado… Aunque de forma diferente. – Una carcajada salió de entre los labios de la mujer y dejó a la niña de nuevo en aquella silla, la besó en la frente, y se aproximó a Sebastian, que se mantenía en un duelo interno; no quería sacar su lado demoníaco delante de su hija, no quería que viese algo así “No puedes ser un mal padre, como Hannibal… No puedes hacer eso, por ella.” Doranne cogió la piedra de madera y se aproximó a la puerta:

         - La terminaré en casa. – Tiró las monedas al suelo, y se fue, con una sonrisa triunfal en los labios. Sebastian no   fue tras ella, fue a comprobar que todo en su hija iba bien.

martes, 25 de febrero de 2014

+ || Yo no quería hacerles daño... Solo quería matarlos.




El endemoniado tatuaje ya comenzaba a quemar… Había tratado de esquivar éste momento, había tratado de pasar página, ignorar lo que tendría que suceder a la fuerza si no quería volver a aquel horrible lugar… Pero era imposible. El pacto con Papa Legba se mantenía latente. Había sido el mes más complicado de su odiosa vida; quizás, solo quizás, Sebastian iba a ser padre, solo quizás, había aflorado una amistad de verdad, como la de Odalys hacía ya tanto tiempo atrás… Tuvo incluso que pasar por el patético momento de pedir ayuda a Nonna. A pesar de todo, no se había presentado al día siguiente a su consulta… Apagó el teléfono y se resguardó bajo la manta de lana roja y blanca que cubría su huraña cama de madera de fresno.
Pero no había sentido nada. Sabía que tenía que sentir, sabía como sería ese dolor, o bien, ese placer, en cada momento. Sabía lo que había sentido una vez, pero no podía repetirlo en aquel momento, cuando de verdad lo necesitaba… Tan solo un instante, frente a Romeo, pareció obtener la felicidad durante una décima de segundo. Pero fugaz se esfumó, se resbaló de entre sus dedos.

[…]

Ya había pasado un mes. Un mes y no había hecho “la ofrenda” a Papa Legba. Había tratado de mil y una maneras de escurrir el bulto, pero como era obvio, era algo imposible… El tatuaje dejaba claro aquello.
Eligió a la mujer sin pensar; no quería saber si perdería mucha familia, si estaba sola, si acababa de conseguir un empleo, no quería saber absolutamente nada de ella… Porque sabía, que a pesar de no sentir en aquel instante, cuando volviese a hacerlo, todo caería sobre sus espaldas de golpe. Los sentimientos se lanzarían al vacío para rellenarlo, y sería terriblemente doloroso.

En Hedmark, no muy lejos de su antigua casa, había pisos de alquiler, y allí fue donde finalmente ejecutó su plan.

Las dos de la madrugada aproximadamente. Vestía de negro, buscando el camuflarse entre las sombras, con guantes, zapatos silenciosos, y ocultaba su rostro con una tela negra, exceptuando los ojos y los labios.
Cuando entró en aquella casa no había nadie. La mujer aún no había llegado de trabajar.

“Abogada… Demasiada información.” Se obligó a cegar su curiosidad, a no mirar las fotografías, a, simplemente, aguardar en su cuarto. Era blanco, luminoso, con una alfombra de pelo en el suelo y un gran armario con espejos. Se quedó quieto sentado sobre el colchón… tratando de convencerse a sí mismo de que la mujer no volvería aquella noche y se salvaría.

La puerta sonó indicando que se abría. La mujer no tardó en subir los escalones dejando a medio camino los zapatos de tacón. Se desabrochó la blusa, dejó resbalar la falda, y se soltó el pelo. Cuando entró en su habitación no había nadie sobre la cama. Pulsó el contestador; una voz femenina habló

“Elizabeth, tu sobrina y yo nos pasaremos mañana a verte, porque… recuerdas que tienes una sobrina, ¿Verdad?”

El mundo de Sebastian se desmoronó. Todo aquel cúmulo de información se agolpó en sus sienes y provocó que el demonio se abriese paso mientras repetía sobre lo que se arrepentiría. “Se llama Elizabeth, como Sombra… Tiene una hermana, una sobrina… familia. Tiene un trabajo… Parece que le va bien en la vida…” Cuando abrió los ojos se encontró con aquella mujer morena, de unos treinta años de edad mirándole con los ojos como platos. El grito se cortó cuando Sebastian se abalanzó sobre ella, con los ojos negros, vacíos. Ambos cayeron sobre la cama mientras la mujer forcejeaba bajo él, aterrorizada. Ya no podía pensar en el temor que sentía, no podía sentir siquiera al demonio buscar salir de su interior… Era Sebastian. Eran las manos de Sebastian, el del Trenzalore, el elegante, el buen hombre… Aquellas que se aferraron al cuello de Elizabeth Wollowitz para estrangularla.
Antes de hacerlo, cuando estaba a punto de perder la consciencia, se despojó de aquella tela negra que le cubría el rostro y le permitió ver el rostro de su asesino. Terminó con su vida tras aquello, dejando las marcas de sus dedos alrededor de su cuello, como una sombra invisible que trataba de dejar huella en su propio interior.

Elizabeth Wollowitz había fallecido. Había sido asesinada.
Sebastian se incorporó un poco y finalmente cerró sus ojos con sus propias manos cubiertas de guantes. La desnudó por completo, despacio, con suavidad, cuidado, incluso podría decirse que… cariño, y la acunó entre sus brazos con el fin de llevarla a la bañera, donde la bañó con parsimonia. La lavó lentamente, tratando de limpiar todo rastro de aquel dolor que había producido sobre la mujer, sobre su propia alma que ya había caído en manos de Papa Legba… El tatuaje ya no ardía.


Acto seguido, la secó, cambió las sábanas de su cama, y la secó el cuerpo y el pelo también. Ocultó su cuerpo desnudo bajo la fina sábana que había puesto nueva, y terminó por… pintarle las uñas de un color granate, pidiendo disculpas a su manera.


Cortó un mechón de su cabello, para no poder perdonarse jamás por ello... 


Tras una caricia pasmosa, salió del lugar, silencioso, aún completamente vacío. Pero por poco tiempo.





jueves, 13 de febrero de 2014

+ || Welcome to Hell.



Mr. Eccleston tuvo el valor de pedirle un favor a Sebastian. Un gran favor… Mr. Eccleston es el millonario por excelencia de Noruega, un hombre sediento de dinero, de halagos, de lujos, de mujeres… A pesar de poseer una. Un millonario enamorado del gran trabajo artístico de Sebastian, un enamorado de los esfuerzos del demonio, de los resultados de éste… Alguien que le ha ofrecido un contrato fijo y una gran empresa  mil y una veces, pero Sebastian se limita a vivir en el anonimato por el momento, pues es lo que buscó desde el momento cero, desde el momento en el que se marchó de casa de los Mcweibber y se separó de sus hermanas.

Un importante compañero de trabajo, o bien, como el señor Eccleston se refería a él “La sanguijuela de Andorra”, le había pedido por encargo un violín de madera de ébano similar al que el señor Eccleston le había regalado a su hijo, y Sebastian no tardó en aceptar aquella propuesta que, además de ser pagada bien, le servía como excusa para viajar a Andorra, deseado país por el que pasó una vez para llegar hasta A Coruña cuando vivió en tierras del norte español, pero no llegó a pisar. ¿Por qué viajar? Porque era lo más seguro para que el instrumento llegase sin una sola magulladura, sin un golpe… “¿Comprendes porqué le llamamos sanguijuela ahora, Sebastian? Es tan exquisito que si le gustan tus ojos, te los sacará para tratar de ponérselos.”

El viaje se pasó volando. Viajó en tren para poder así disfrutar de la lectura: terminó “El enfermo imaginario” de Molière y comenzó con La Celestina, de Fernando de Rojas, por tercera vez. Una vez llegó, no tuvo que andar demasiado para llegar a la enorme mansión que tenía entre las montañas nevadas la llamada “Sanguijuela”. Se lo entregó, recibió una fabulosa propina, y volvió a la estación… pero no con el objetivo de volver a casa, sino, con el objetivo de ver un poco de Andorra.

Se asentó en un motel no muy lejano a la iglesia de San Esteve, y tras tantear el pueblo, decidió finalizar la estancia con la visita al santo lugar.

Ya había oscurecido, pocas luces alumbraban el pórtico de entrada al edificio, que parecía renovado hacía poco tiempo.
Cuando abrió la puerta, el fuerte olor a vainilla llegó hasta sus fosas nasales: le recordó a su taller, era prácticamente el mismo aroma… Y aquello comenzó a olerle mal, no literalmente.
No caminó aún, se quedó en la entrada, observando todo con ojos curiosos. La única luz que había provenía de velas, numerosas velas a sendos lados de las figuras de los santos, y sobretodo, rodeando el altar. Solo había una figura humana en la sala, sentada en la segunda fila de bancos, frente a la pintura bañada en la técnica de estofado que rodeaba a un hermoso ángel con ambas manos en posición de entrega. Otros pequeños ángeles sujetaban sus ropajes, orgullosos de ello.

Alzó un poco la cabeza el demonio, sintiendo que no debería haber pisado ese lugar en aquel momento… O mejor dicho, que lo que había hecho, había estado planeado… Y eso le molestaba, no sabía nadie cuanto. Odiaba que previesen sus pasos, que fuese tan obvio que pudiesen jugar con él a su antojo. Y así se sentía, un muñeco de trapo simple, vacío.

Mojó su mano derecha, los dedos, en la pila bautismal. Se quemó, ardió por tocar ese agua santa, pero era una forma de castigarse por lo que era sin haberlo elegido.
Masajeando la herida mano de sus dedos en ampolla, que poco a poco iba desapareciendo, caminó por el pasillo central hasta llegar a la cuarta fila de bancos. Se paró por inercia, y de inmediato la brisa se alzó… haciendo que las velas se apagasen. Todo quedó sumido en la más profunda oscuridad, todo menos el altar, que parecía querer ayudar a Sebastian, y volvió a prenderse sin ayuda del demonio.

Una risa espeluznante retumbó en la estancia, haciendo que Sebastian alzase la barbilla haciendo que la nuez se le marcase de una manera exagerada. Sus ojos grises danzaron, sin ser guiados por su cabeza, buscando de donde provenía ese conocido sonido… Un chispazo y apareció. Justo delante de él.

Una piel escamada, blanca, sobre una dermis africana… Ojos rojos, cabello negro repleto de mugre, rasgos faciales exageradamente marcados y una sonrisa. Una sonrisa encantadoramente tétrica.
Su ropa quedaba oculta bajo una túnica negra, y sus pies, expuestos entre niebla oscura. Llevaba un sombrero de copa decorado con pequeñas calaveras… Calaveras humanas del tamaño de crío diminuto.
Alzó la chistera para poder mostrar a Sebastian su rostro divertido. El de Sebastian seguía inmutable.

- ¿Me… recuerdas, chico?
- Legba.
- Papa. Papa Legba, demonio. No seas insolente en el primer encuentro…
- Lo cierto es que no me alegra verte.
- Oh… claro… ¡Pensabas que te habías deshecho de mí! Tan inocente como tu padre pensaba que eras…

Sebastian apretó los labios, pero la mueca de asco fue más rápida aún. Aquello pareció encantarle a aquel ser. Se aproximó, con pasos danzarines, disfrutando del momento, de la situación.
- ¿Qué haces aquí?
- Con que… quieres saber que hago aquí… - Se carcajaeó, y tras esconder una de sus manos entre esa nube de polvo negro, sacó su bastón acabado en una calavera como las que decoraban su sombrero. Acarició con dedos largos el hueso, y se situó frente a Sebastian, a escasos centímetros de su rostro. Sebastian luchaba por retirarse, pero había algo dentro de él que le pedía que no lo hiciera. – Sabes que es lo que va a ocurrir ahora… Y, ¡Es una lástima! Porque si quisieras frenarme, ya lo habrías hecho… Eso quiere decir que deseas algo con fuerza. ¿Sentimientos? Oh, sí… Sentimientos… ¿Deseas sentir…? No… No lo creo… Eres tan cobarde que deseas todo lo contrario… ¿Verdad, demonio? Como la última vez. Como la última vez que nos vimos… Lo que no tengo demasiado claro aún es como lograste cambiar de idea. Tienes carisma.

- Es muy amable… - Comentó entredientes el demonio, tratando de no dejarse amedrentar. Sus ojos no podían despegarse de los rojos de aquel ser. Aquel ser que le tenía a su merced.

- Oh… Pues terminemos cuanto antes. ¡Te la devuelvo!

Y tras aquel tono eufórico, selló el pacto con un beso en los labios. Un beso lascivo, del que Sebastian trató de despegarse internamente, pero seguía inmóvil.
Una vez Papa Legba se retiró, le dedicó una sonrisa amplísima.

- Y tras esto… La historia empieza de nuevo. Sabes que tienes que hacer. ¡Hónrame! Pero ahora, no solo una vez al año… Una vez al mes. – Y tras eso desapareció. Sebastian cerró los ojos, enfurecido, molesto, pero la nube negra volvió a sucumbir entre la oscuridad. - ¡Se me olvidaba! ¡Tengo un regalito para ti! Por… Ese tiempo que me tuviste encerrado y todo eso… “The… Ripper…” – Lo paladeó, mientras con el bastón señalaba a la figura que se encontraba sentada en la segunda fila. Logró ver su rostro, aquel rostro que le había provocado los peores años de su vida, torturando en el infierno almas inocentes, castigando, haciendo que lo disfrutase… Un castigo mutuo, compartido, algo que había dejado una profunda huella en el alma herida de Sebastian. El hombre se lanzó contra él y le apuñaló el corazón, y seguidamente ambas manos. Cayó al suelo y se adentró en sus demonios, en la verdadera oscuridad de su mente…

Se despertó entre sábanas azules claras. La habitación estaba recién pintada, blanca, olía aún. La cabeza le daba vueltas, y cuando fue a llevarse ambas manos a la sien fue cuando sintió todo el dolor de golpe. Tenía las manos vendadas al igual que el pecho. Le había empalado.
Le había dejado inconsciente… Había resurgido del inframundo con el fin de torturarle.

La señora García le había recogido a primera hora de la mañana cuando iba rezar por su marido recién fallecido. ¿Tendría que rezar ahora él por sus sentimientos recién perdidos? Papa Legba había vuelto a ganar… No sentía absolutamente nada a pesar de que sabía que todo aquel que había querido se encontraba en peligro, y sabía que es lo que había sentido.

Se había quedado marcado en el tatuaje de la palma de su mano derecha.

jueves, 23 de enero de 2014

+ || Biografía - Actualidad.



*Pequeños lapsos de tiempo: Dios destierra a Sebastian, deja que caiga… ha sido invocado. Ya no es un ángel, ahora es un demonio, un ángel caído, un seguidor de Lucifer. Desconoce el motivo por el cual Dios le abandona.*

6 de Marzo de 880. El rey de la época fue Harald I de Noruega, comúnmente conocido como Harald cabellera hermosa – Sebastian nació de formas que desconoce, en mitad del bosque de Hedmark (Con protector del reino de Hedmark Ragnar Rykkel, hijo de Harald I de Noruega y Svanhild Eysteinsdatter, cuarta mujer (de siete) con la que se alarga la dinastía de Harald.


Hannibal y Sebastian se instalaron en la pequeña casa del buguhul, la cual hacía mucho tiempo que no visitaba, en Finlandia, a los pies del lago Jesagur.

A los seis meses Hannibal abandona a Sebastian, dejando únicamente promesas rotas y como demostración una licántropa delirante de cuales son los poderes del buguhul frente al que había llamado “hijo”.

Sebastian conoció a James el 12 de Septiembre del 880, en Noruega. Se instaló junto a él a los pies del lago Siljan, hasta los 18 años reales (hasta los 10 años no mantuvo conversación con James, prácticamente). Hasta el 898, que marchó a Gales con el fin de poner en práctica sus dotes de traductor.
Ayudó al rey Taliesín, fue su primer “gran empleo”, y duró 2 años (hasta el 900) en Gales hasta que rechazó a la princesa Ceridween y fue expulsado del condado y volvió a Hedmark con el objetivo de encontrar a Hannibal.

Fueron años de tormento, metiéndose en temas verdaderamente peligrosos y arriesgados… Hasta el punto de tener que hacer un pacto con el conocido Papa Legba. Sebastian en esa época se convirtió en un verdadero destripador, y jugaba a pactar con los humanos y a apostar, ofreciéndole cumplir sus deseos en el caso de acertar, y en el caso de no, quedarse con su alma y darle tres años de vida más para cumplir lo que deseaba.
Al principio fue todo verdaderamente fantástico… Recolectaba esas almas y se las entregaba a Papa Legba, con quien había hecho ese pacto, pero poco después conoció a las hermanas Darlewn, quienes a pesar de ser muy distintas, lograron hacer que Sebastian se tranquilizara poco a poco y aprendiese a apreciar a los humanos… Eran vendedoras ambulantes, huérfanas, y su padre las maltrataba y se aprovechaba de ellas cuando deseaba.

Al romper ese pacto con Papa Legba, fue directamente guiado al infierno. Sebastian ya lo veía todo de una manera diferente, comenzó a apreciar la poca vida humana que albergaba en su interior, por lo que el propio Lucifer (quien le juzgó) le condenó a hacer lo que más odiaba: torturar almas inocentes, esas almas que recolectaban otros demonios y eran entregadas a las entrañas del infierno. Su maestro era llamado “El destripador” (realmente, Ketscun Blackwell) y se encargó de que Sebastian siempre se arrepintiera de aquello que había hecho.

Cumplió la pena, y volvió a la Tierra en 1035, en mitad de la disolución del Califato de Córdoba en España: reinos de Taifas. El Islam y el cristianismo son las religiones por excelencia del siglo, aunque el judaísmo también era realmente importante, y quien pagó cara su sabiduría.
Acudió a Jerusalén, donde se internó en un Miskan (templo judío) y trató de sobrevivir… Mas no tardó en arder Jerusalén por atentados cristianos y judíos.

Ahí fue cuando decidió viajar y pararse en ningún sitio en concreto… Durante esos viajes, Sebastian inventó un amigo imaginario llamado Catorce, que fue su único acompañante hasta que en la India conoció a Odalys.

…Otros muchos numerosos viajes… Donde sigue fielmente las “hazañas” de personajes históricos como Gengis Kan (1222), Juana de Arco (1429), Colón (1492), Martin Lutero (1517), Luis XIV enfrentado contra la Triple Alianza (1668), El papa Pío VI (1774), Robespierre (1794), Lamarck (1820), Alfonso XII (1875)…
[ Aquí añadiré tramas pasadas que me propongan diferentes personajes… Por lo que adelante. ]

Conoció a Helienna en Omán, en 1823 (el sultán era Said ibn Sultan Al Said), y ella le abandonó el 6 de Marzo de 1824, unos meses después, el día de su cumpleaños. Le robó el alma, literalmente, junto a un guardapelo que le regaló.

Viajó a España, vivió durante un tiempo en A Coruña, pero no tardó en cansarse de ello y probó algo nuevo… Se unió al ejército español, en la Primera Guerra Mundial. El solo se dedicaba a escribir todo lo que veía en el campo de batalla (le habían destinado al norte de Marruecos) para La Gaceta, y allí conoció a Creig, el médico encargado de curar a cualquier persona, sin importar de qué bando fueren.

[ En éste momento pisó Idhún, pero no lo recuerda bien, tiene lapsos de tiempo… ]


Sebastian volvió a mostrar su cara más sádica durante un tiempo, pero logró encontrar la estabilidad gracias a una mujer rica que le contrató como sastre (haciendo trajes para los presos de los campos de concentración) en mitad de la Segunda Guerra Mundial, Hilde Kramer. Conoció a Bruno, a quien salvó y se convirtió en su pupilo, pero poco después le dejó atrás con el fin de recuperar a su familia de Auschwitz ( El 26 de Julio de 1941, instalados en el propio Berlín, hasta el 13 de Mayo de 1942 ).


En 1956 conoció a Ritha en París (En el Louvre), mantuvieron una especie de relación amorosa hasta que Hannibal apareció de nuevo para advertirles de que eran hermanos.

Sebastian volvió a Finlandia para buscar a James, mas no le encontró de inmediato y conoció a Tyler, con quien estuvo a punto de mantener una relación, pero terminó por encontrar a su hermano… Solo que acompañado por su otra hermana, Ginger.

Sebastian conoció a Eve Mezzendi en 1967, cuando tenía 15 años, a la cual le impartió clases de Literatura hasta que tuvo que marcharse.

Los tres juntos se fueron a vivir a Bergen (hasta 1979) hasta que Ritha volvió y se unió a ellos… Junto a Búa-Boo. Tuvieron que mudarse a Hedmark de nuevo, y Sebastian solo aguantó dos años con todos sus hermanos (volvió a ponerse agresivo, tenso, por la presencia de Ritha y la mocosa). En 1981 volvió a desaparecer y a hacer numerosos viajes con el fin de olvidarse de su nueva familia, sobre todo de la pequeña.

En París, de nuevo, conoció a Helena Batzcher (2011).

Terminó volviendo en el 2012, aceptando el no dejarse vencer por Búa-Boo.

Actualmente tiene un taller de trabajo con la madera en Lillehammer llamado “El Trenzalore”.

jueves, 16 de enero de 2014

+ || Goodbye horses.



Mis huesos se van acostumbrando al frío de Lillehammer… A sus calles, a sus gentes, a su forma de ser hogareña, distante a mi familia… Debería ser algo malo, el querer alejarme de ellos, pero no deseo vivir siempre estancado en la frialdad, en el desprecio de lo que soy. No quiero vivir orgulloso de saber que soy un ser despiadado, un ser aborrecible, sediento de sangre, calculador y sanguinario… Solo deseo ser “El carpintero del Lillehammer” o bien “El joven juguetero del final de la calle”. Todas estas personas no me conocen realmente, disfrutan observando como tallo pequeñas figuras, como hablo con Michael todas las mañanas cuando me sirve sin necesidad de pedírselo chocolate caliente.
Es hora de admitir que Michael es la figura paterna que siempre he deseado tener, y que cada vez que me llama “hijo” me permito el imaginar que es completamente cierto… Luego llegan los dolores de cabeza dentro de mi taller. Iver que me pide que rescate a Bathsheba, que sin saber como, ha dado con que ella ha estado encerrada durante mucho tiempo en manos de ese tal Maddox… Lo haría, de no saber que ese cura, James, está ahora con ella.
El dolor de cabeza mayor… Sombra. Hace mucho tiempo que admití que esa mujer lograba despertar dentro de mí algo que jamás había sentido… Un deseo ardiente que me invita a cerrar los ojos y dejarme llevar, sin razonar, sin pensar… No conozco lo que es el amor, el sentir de tal modo, pero si es esto que siento por Sombra… Es realmente horripilante. No. Todo desapareció en el momento en el que su olor llegó a mis fosas nasales. Por suerte, desconozco su rostro… Porque de conocerlo ese hombre hubiese deseado no pisar jamás la casa de ella. No. No es mía. Medianoche bien lo sabe, pero siento que mis manos se cierran conforme a su muñeca cada vez que me lo niegan o me lo recuerdan.
Romeo. Ese joven inconstante… ¿En qué pensaba en el momento en el que decidió sacarme de quicio? Soy un caballero… No una piedra. Puedo sentir, y sobre todo, el demonio lo hace a las mil maravillas. Un regalo, un regalo de navidad que… No sé porqué demonios lo hice, no soy partidario de esas tonterías… ¿Y… así termina? El alma de Minerva no se retorcería entre mis dedos de no ser por él. Aún así, no podré cargar con ello mucho más… No después de ver su rostro enfurecido, sus ojos desesperados, su odio en su mirada hacia mí. Maldito crío.

La mujer corriente… Alejandra. ¿Hacía cuanto tiempo no me divertía tanto con una conversación, con una tarde? Es humana, desde el primer momento logré olerlo, sentirlo… Pero sus historias me interesan mucho más que su carne. A veces tengo ganas de dibujarla, y a su hija… De conocerla.

Las hermanas Vanveeldvoorde. ¿El rencor, la decepción, la ira, el deseo de venganza? Idhún. Todo se resume al odio y al deseo de sangre. Mentira. Completamente falso. Indagando en sus vidas… He dado que desean más que nadie una vida normal y corriente. Ekaterina, valiente, imponente… Más severamente emocional, se deja llevar por sus emociones. Emmy, divertida, con gran talento… Más se preocupa por no encajar, y en realidad, es quien más amoldada está a ésta forma de vida.

Sophie, la gran soñadora.
Nora, una mujer con espíritu de niño latente.
Etzequiel, y su bondad tras un trastorno que no permite ver como realmente es.
Gabrielle, su enorme fuerza de voluntad.
Noriko, ¿Cuántas veces he deseado tener una verdadera familia desde que te conozco?
Luna, la lluvia ha pasado a ser algo bello para mis ojos…
Leslie, ¿Cuándo finalmente podremos profundizar?
Kara… Oh, Kara… Debiste de haberme golpeado.

¿Es esto tener una verdadera vida? ¿Y mis hermanos? ¿Dónde están Ritha, Ginger, James, incluso Búa-Boo…? ¿Dónde se ha metido lo que debería ser lo más importante de mí…?
Solo deseo que por favor, por favor... Él no aparezca. Que él no aparezca y lo arruine todo.

“Sebastian, empiezas a acariciar tu corazón humano…”

lunes, 9 de diciembre de 2013

+|| Lo sé, porque lo sabe Tyler.



Aquella vez no había cogido el avión, sino que había llegado de una forma poco habitual. Conocía a un hombre que vivía en aquel lugar, en las profundidades de la selva del Amazonas, aquel hombre podía curarme verdaderamente la sordera de la que padecía. Había mejorado, sin duda, pero no había logrado recuperar el cien por cien del oído.
Tyler. Ese era el nombre de aquel amigo con el que había compartido algún que otro momento. Tyler Aaron. Era fácil de impresionar si te apasionaba la naturaleza y sus secretos. Un claro amante de la humanidad, de la fauna, la flora, la vida a base de propios méritos y pocos métodos y artilugios artificiales. Todo era mera supervivencia.

Nada más llegar  Tyler me recibió con los brazos abiertos. Era un hombre sonriente, muy masculino, con el pelo recogido en rastas y una corta barba castaña rodeaba su gesto infantil. Vestía la ropa habitual de la tribu, solo que de una forma más cuidada… Una especie de falda de hojas de palmera, y bajo esto, la ropa interior. Los nativos de aquella tribu ya se habían acostumbrado a esas visitas, y no se negaban a ellas, como muchas otras lo hacían, sino, que les recibían con literalmente, manjares del lugar.

Lo que buscaba hacer en ese lugar era el llamado “ritual de curación kambô”. Las  tribus lo utilizan para sanar el cuerpo, equilibrar la mente y realizar increíbles proezas espirituales.  Sin duda, se trata de un auténtico laboratorio farmacéutico de la Naturaleza que existe en el Amazonas.

Todo se mueve alrededor del Santo Daime, aquel al que alaban. Y el gran remedio, ignorando los… un tanto macabros, es la llamada bebida Céu do Mapiá.

Todo comenzó al atardecer de ese mismo día. Tyler me llevó a uno de esos bungalows hechos de hojas de palmera y barro. Hacía un calor sofocante, pero no tardé en sentirme mejor cuando vestí como ellos. Mejor dicho, como Tyler. El torso descubierto, los pies descalzos… No tardaron absolutamente nada dos mujeres en ponerse a dibujarme figuras en el rostro con una especie de pasta rojiza.

Tras unos segundos escuchando como el jefe de la tribu rezaba a Daime, le suplicaba por mí, sentía la expresiva y singular  mirada de Tyler sobre mí. Tenía los ojos cerrados y no podía abrirlos durante todo el ritual.

El proceso fue el siguiente: con una piedra ardiendo, hicieron pequeñas quemaduras en mi espalda, torso y hombros. Pusieron una especie de crema sobre las quemaduras, que de inmediato me provocaron fiebre y escalofríos. Seguí sin abrir los ojos. Lo que aquellos hombres me estaban esparciendo sobre las heridas era veneno de phyllomedusa bicolor, una rana amazónica.

Seguí con los ojos cerrados.

No tardaron en volver a quemarme: siete pequeñas quemaduras en el brazo izquierdo con un bastoncillo bañado en fuego. Tuve que aguantar imperturbable, apretando los dientes, tensando los hombros, el cuerpo, las mandíbulas.

Seguí con los ojos cerrados.

Notaba como el veneno corría por mis venas. Como ese ácido se paseaba por el interior de mi cuerpo causándome un dolor indescriptible, acelerado, como millones de agujas clavándose en mi organismo. De pronto sentí calor. Sentí un ardor fortísimo que salía del interior de mí, hacia el exterior. Pocas veces había tenido tanto calor en mi vida. Sudaba.

De pronto, noté entre mis manos un extraño pelaje que me buscaba. Palpé, y acaricié la cabeza de un animal. El chamán que dirigía todo me permitió abrir los ojos. El perro me miraba con ternura, con ojos sabios. Dicen que cuando el ritual ha terminado con éxito, el aura de la persona atrae a los animales.

Esperé solo dos días antes de recuperar por completo el oído.

Sin duda, fue un remedio verdaderamente eficaz, y prometí que la próxima regresaría a Noruega con Tyler.